Cuando decidí trabajar, ya tenía 24 años, estaba casada y ya había sido diagnosticada de epilepsia (me diagnosticaron a los 17). Por lo que se deduce que mi marido se casó conmigo sabiendo qué mochila llevaba y no le importó. Siempre ha sido mi mayor apoyo. Pues eso, cuando decidí trabajar, con mi epilepsia a cuestas, no se me ocurrió pensar que la epilepsia pudiera ser un inconveniente.
Es que ni lo pensé. Me preparé unos exámenes para entrar de contratada en la administración y entré en Hacienda, en La Coruña, donde vivíamos entonces. Desarrollé mi trabajo sin problemas. Unos años más tarde, para poderme hacer funcionaria, realicé una oposición, que gané y ya obtuve plaza fija en Seguridad Social. Allí tuve una crisis en el trabajo. Los compañeros reaccionaron muy bien. Se llamó a una ambulancia y me llevaron al hospital. Cuando volví al trabajo, nadie se metió conmigo ni tuve ningún trato desagradable debido a la enfermedad. Me ofrecieron puestos de más responsabilidad y yo los acepté.
“Es muy importante la mirada que nosotros mismos nos damos. Si nos vemos capaces, los demás nos verán capaces”
Luego nos mudamos a Madrid y, por lo tanto, cambié de trabajo y de compañeros. En ninguno de los dos destinos que he tenido en Madrid he tenido problemas por la epilepsia.
Es muy importante la mirada que nosotros mismos nos damos a nosotros mismos. Si nosotros nos vemos capaces, los demás nos verán capaces. Es cierto que aún queda mucho ciego que no sabe o no quiere ver, pero hemos de confiar en nosotros mismos y en nuestras capacidades. En el 80% de los casos de epilepsia, el rendimiento en clase, en el trabajo y en la vida en general, es igual al de cualquier persona.
Sé que hay personas con epilepsia con verdaderos problemas en el mundo laboral. Mi asociación, la Asociación Nacional de Personas con Epilepsia-ANPE, trabaja para que las empresas, los sindicatos y los poderes públicos conozcan qué es la epilepsia y se les quite el miedo y se hagan partícipes para que desaparezca el estigma de esta enfermedad.