Está visto que últimamente estoy despistada, porque otra vez se me ha ido el santo al cielo y aquí estoy, a estas alturas de mes, escribiendo mi entrada al blog del mes de marzo.
Estamos viviendo un momento horrible con la guerra en Ucrania. Algo que hace que todos los padecimientos parezcan dificultades nimias en nuestras vidas. Una de las primeras cosas que pensé cuando el malvado Putin decidió atacar Ucrania y jugar con las vidas de sus ciudadanos, fue cómo harían para conseguir medicamentos aquellas personas que tuvieran una enfermedad crónica. Y no puedo entender cómo puede existir alguien que sea tan malo como para no permitir que los medicamentos lleguen, que la población más vulnerable se pueda marchar. Las guerras han existido siempre. Pero siempre han sido un grave error.
Desde mi punto de vista. Siempre todos pierden. Porque se pierden muchas vidas humanas. Y se pierden las vidas de personas que no se conocen y que no quieren estar en esa guerra; mientras que quienes las organizan y preparan se quedan en sus palacios y no sufren los rigores de la guerra. No. Yo siempre diré que NO A LA GUERRA, aunque no podemos dejar al pueblo ucraniano solo. Y está visto que Putin no quiere nada por la vía diplomática sino es la plena rendición.
En fin. Con eso y con todo, la vida sigue. Y este 26 de marzo celebramos el Día Mundial de la Epilepsia. También es conocido como Purple Day. El Purple Day fue ideado, en 2008 por Cassidy Megan, niña canadiense afectada por la enfermedad, con el objetivo de desterrar los viejos mitos sobre la enfermedad y concienciar a los pacientes de que no se encuentran solos.
Y este 26 de marzo celebramos el Día Mundial de la Epilepsia.
También es conocido como Purple Day.
Es muy necesario hacer concienciación sobre la epilepsia. No es conocida. El gran público todavía la teme y no sabe qué hacer si son testigos de una crisis de epilepsia. Somos portadores de esta información y debemos repetirla y repetirla. Que la gente conozca, no solo la enfermedad, sino a personas que la tenemos y que la explicamos con naturalidad. Se pueden pasar momentos malos, como en cualquier otra enfermedad, pero no tenemos por qué cargar con un estigma que nos ha colocado la historia, la ignorancia, la religión e, incluso, el cine o la literatura.