Ya estamos preparando nuestro viaje de Semana Santa. Este año nos hemos animado a ir a pasar estos días a Calanda, el pueblo donde nació mi suegro y donde aún resiste la casa familiar. Nos vamos a juntar muchos: hijos, hijas, sobrinos, sobrinas, nietas, parejas… recordaremos tiempos pasados cuando aún estaba la abuela Encarna y nos reuníamos allí un montón de gente. Aunque no será lo mismo, porque siempre se notan las ausencias. Pero, también es un modo de honrar aquello que nos enseñaron y esto es la unidad de la familia. Seguro que lo pasamos genial.
Además, ir a Calanda en estas fechas tiene el aliciente de tocar el tambor, de la “rompida de la hora”, de las procesiones, del Vía Crucis… una Semana Santa especial. Nos vestiremos con túnicas mayores y pequeñas y tocaremos el tambor. El viernes santo, a las 12 de la mañana es un sentimiento desgarrador el que se siente al escuchar el estruendo provocado por cientos de tambores y bombos que se ponen a tocar a la vez, en eso que llaman “la rompida de la hora”. Es espectacular. Tengo el privilegio de que, a pesar de mi enfermedad, no me causa ningún daño todo este ruido y lo puedo disfrutar.
Así que ya os contaré cuando vuelva, qué tal ha ido todo. Deseo que lo paséis todos muy bien, que ya está bien de no ver a la familia, de no viajar, de volvernos solitarios y taciturnos, de aislarnos, que es una de las consecuencias de este COVID que aún sigue entre nosotros, pero al que hemos de irle perdiendo el miedo, no el respeto, pero sí el miedo.