Pues sí. Ya acabaron. Las vacaciones llegaron a su fin. La verdad es que, actualmente, yo no lo noto tanto, pues no trabajo fuera de casa. Ahora lo aprecio en el cambio de vida que viven los que me rodean, en concreto, mis hijos. Vuelta a la rutina, el trabajo, madrugar, horarios más rígidos con las niñas… todo un poco más ordenado, pero rutinario.
El nuestro ha sido un verano de familia. Nos hemos reunido todos. Estar todos juntos es estupendo aunque he de confesar que hay momentos en que echas de menos un poco de paz. Pero vale la pena. Primero pasamos 10 días en el Pirineo, junto a Benasque. Ese paisaje me fascina. Mi marido y yo caminábamos unos kilómetros casi todos los días. Vimos también a la familia que tengo yo por esos lares. Fueron diez días muy bien aprovechados. Luego hemos estado en nuestra casa de campo, junto al pantano de Entrepeñas. Aquí, entre la piscina, salidas al campo, las fiestas de los pueblos y las tormentas, terminamos el mes de agosto. En este momento, estamos mi marido y yo solos y es cuando he aprovechado para ponerme a escribir.
Eso es lo que quiero transmitir.
La epilepsia no nos incapacita para disfrutar.
Quizás no os interese para nada saber qué he hecho yo en verano. Si lo cuento, es para que veáis que es un verano normal y corriente. Si no supierais que tengo epilepsia, podríais suponer que se trata del verano de una persona sana, de 61 años, con hijos y nietas. Eso es lo que quiero transmitir. La epilepsia no nos incapacita para disfrutar. Como dije en mi anterior entrada al blog, en el que os recomendaba DISFRUTAR con mayúsculas este verano, yo he disfrutado este verano de la montaña, de los paisajes, de ver a mi familia toda reunida, de la vida, del amor… Y ahora, al regresar, seguiré disfrutando y tratando de vivir con alegría, que la epilepsia estará ahí siempre pero mi actitud hacia ella puede ser la que haga que mi vida sea más dichosa. Y eso está en mis manos. En las tuyas.
Que tengáis todos un feliz regreso a las rutinas.
Normalidad absoluta🤗