Un artículo de nuestra colaboradora Irene Tarragó
DEDICADO A TODOS LOS CUIDADORES Y CUIDADORAS
El pasado 26 de febrero, iba yo por la calle tan tranquila pensando en que al día siguiente mi marido y yo nos íbamos de viaje, cuando sonó mi teléfono. Era mi marido que me llamaba nada más y nada menos que desde el hospital: se había caído en la calle y le habían tenido que llevar en ambulancia. Parecía que se había roto el hombro. Cogí un taxi rápidamente y me dirigí al hospital. Tras esperar un rato, me llamaron para ayudarle a vestirse. Efectivamente, al caer, se le había roto la cabeza del húmero. Pare ser que eso no se opera. Le pusieron un cabestrillo para inmovilizar el hombro, pero tenía mucho dolor. Le recetaron analgésicos y antiinflamatorios. Los primeros días los tomaba casi cada dos horas. No obstante, nos llevamos una sorpresa agradable, pues a un hermano suyo le pasó algo parecido hace unos meses y las primeras noches no podía dormir de dolor, pero él, desde la primera noche, ha dormido bien y manteniendo el dolor a raya.
Mi marido me tenía muy mal acostumbrada pues, desde que se jubiló, él es quien se ocupaba de las comidas en casa: de pensar qué hacer, de comprar, de prepararla… y yo, que no me gusta nada cocinar y pensar qué hacer, estaba tan contenta. Ahora me toca a mí. Y me encuentro absurdamente inútil en la cocina. Ya he perdido totalmente el hábito y me cuesta horrores pensar qué comeremos y cenaremos cada día. Pero voy saliendo poco a poco.
Yo, que por mi enfermedad, he sido algunas veces la cuidada, ahora me toca ser la cuidadora. A todos nos puede pasar.
Este hecho me ha ayudado a comprender a las cuidadoras y cuidadores de personas, pues sacrifican su vida por aquellos a quienes cuidan. Porque he de estar ahí para ayudarle a levantarse de la cama si se ha de levantar de noche; en la ducha; para cortarle la carne; abrocharse el pantalón… Se me pasan las horas en cuidarle. Y lo hago de mil amores, pero es cansado porque una misma desaparece. Procuro mantener algunas rutinas de ocio que tenía antes del accidente, como es tomarme una cervecita sin alcohol antes de comer y otra antes de cenar, mientras veo algo en la tele, o charlamos. Me ayuda a mimarme un poco.
Pero yo sé que esto será un tiempo concreto. No es lo mismo que aquellos y aquellas que sois cuidadores toda la vida. Os envió toda la fuerza del mundo para llevarlo y que no se os lleve. Buscad ayuda. En algunos ayuntamientos hay programas de ayuda a cuidadores. Es tan necesario que os deis un tiempo cada día para vosotros…
Yo, que por mi enfermedad, he sido algunas veces la cuidada, ahora me toca ser la cuidadora. A todos nos puede pasar. Y yo ejerceré esta tarea como mejor pueda olvidándome un poco de que yo estoy enferma. Ahora no toca. Pero seguiré, con más ahínco si cabe, las tres reglas más importantes para una persona con epilepsia: tomar la medicación, no tomar alcohol y dormir 8 horas (ésta última siempre que el pobre me deje). Sólo faltaría que ahora yo empezara con crisis. A esta compañera que tengo la tengo que tratar bien para que esté tranquilita y en reposo.
Irene Tarragó Pascau
