El mes de diciembre es un mes lleno de festividades: la Constitución, la Inmaculada, mi aniversario de bodas, el cumpleaños de numerosos familiares, entre los que está el de mi marido, las Navidades… Solo pensarlo ya me llena de estrés.
Hemos pasado ya la festividad de la Constitución y, como estoy en el campo, no he podido acudir a ninguna conmemoración, pero le he hecho mi particular homenaje, poniendo la bandera de España en la barandilla del porche. Para mí, que en aquel momento tenía 20 años, supuso un cambio enorme, una liberación de 40 años de dictadura, una conquista de derechos y, sobre todo, ver cómo, a pesar de sus discrepancias, personas de distintos y antagonistas partidos, incluso nacionalistas, eran capaces de sentarse y llegar a acuerdos como fue la Constitución.
Mañana es la Inmaculada Concepción. Gran misterio para los creyentes y digno de respeto. Confieso que yo antes era mucho más creyente que ahora.
Ahora estoy en la religión de ser buena persona, vivir y dejar vivir.
Después ya viene el día de nuestro aniversario de boda. Como la Constitución, cumplimos 43 años. Mi marido, cuando me conoció, ya sabía que yo tenía epilepsia y nunca vi, ni noté que fuera algo que le hiciera dudar acerca de su intención de casarse conmigo. Fue muy valiente. Imaginad la información que teníamos de una enfermedad como la epilepsia hace 43 años: pues poco o nada. Y la que nos podía llegar era apocalíptica, de posesiones y exorcismos. Mejor no escuchar nada y fiarte del neurólogo. Pues sí: un 9 de diciembre de 1978 dimos el sí quiero y… hasta ahora. He sido muy feliz a su lado y seguiré siéndolo.
Se salpican los cumpleaños durante el mes de diciembre y llegan las Navidades. No sé aún cómo se plantean para este año. Este COVID no nos deja en paz. Pensábamos volver a reunirnos toda la familia (unos veintitantos) pero las últimas cifras nos echan un poco para atrás. Quizás volvamos a lo que hicimos el año pasado que fue hacerlo por burbujas familiares.